Cuando el hombre miró las estrellas
En la quietud de la noche primitiva, un homínido se levanta por primera vez y, al alzar la vista, nace la chispa del pensamiento que conectará a su especie con el infinito.
[L]os primeros hombres..) creados y formados...) [f]ueron dotados inteligencia; vieron y al punto se elevó vista, su mirada lo abrazó todo, alcanzaron conocer todo lo que hay en el mundo. Cuando miraban, al instante veían lo que estaba a su alrededor, y contemplaban torno a ellos la bóveda del cielo y la superficie la tierra. [Entonces dijeron los progenitores]: «[Tlodo lo saben, lo grande y lo pequeño..) ¿Qué haremos ahora ellos? ¡Que su vista sólo alcance a lo que está cerca, que sólo vean un poco de faz de la tierra!..) ¿Acaso no son por naturaleza simples criaturas y hechuras nuestras? Han ser ellos también dioses?»"
-Popol Vuh
La inspiración
Este microrrelato encuentra su inspiración en un pasaje del Popol Vuh, donde los progenitores, al observar que los primeros hombres comenzaban a adquirir inteligencia, se llenan de inquietud ante la posibilidad de que ese "saber" los eleve a la categoría de dioses. Esta reflexión encierra una idea profunda: el conocimiento, como el acto de contemplar el cosmos, tiene el poder de transformar al ser humano, acercándolo a una dimensión superior. En el microrrelato, cuando el homínido levanta por primera vez la vista hacia las estrellas, se enciende en él la chispa de la consciencia, un primer destello de conocimiento que lo conecta con la vastedad del universo. Este instante, tan breve como trascendental, simboliza el momento en que el ser humano toma conciencia de su existencia, al tiempo que empieza a cuestionar lo que lo rodea, como si esa mirada al infinito le ofreciera una revelación divina.
El despertar de la conciencia
Una noche, a medio camino del bipedismo, un homínido se levantó por primera vez. Sus manos, marcadas por el esfuerzo de la supervivencia, abandonaron momentáneamente el contacto con la hierba seca y áspera. Con esfuerzo, enderezó su espalda, estiró sus piernas y se irguió, desafiando la gravedad que hasta entonces lo había mantenido inclinado. Alzó la vista y, por primera vez, su mirada se posó sobre la bóveda celeste, repleta de luces más allá de los árboles. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, brillaron con curiosidad por lo desconocido. En ese instante, en medio de la salvaje quietud, nació en el primate un sentimiento completamente nuevo: la chispa del pensamiento encendió la llama de la consciencia. En su cabeza primitiva comenzaron a formarse las preguntas más antiguas que acompañan a su especie, comenzando por qué son aquellas luces que pueblan el manto nocturno. El primer momento en que se conectó con el universo infinito sembró la semilla que, al germinar, produciría el conocimiento. Desde aquel instante, su especie continuó enderezándose para reflexionar sobre las estrellas y, con el tiempo, viajaría por los confines del cosmos, un viaje que hoy adorna el firmamento de su imaginación.