¿Qué nos hace humanos?

La reflexión sobre lo que nos hace humanos explora nuestra evolución, desde la adaptación al bipedismo hasta el desarrollo de la inteligencia y la moralidad, destacando las cualidades que nos definen como una especie única.

¿Qué nos hace humanos?
Imagen generada con tecnología de inteligencia artificial para ilustrar la evolución y esencia de la humanidad, creada a partir de una descripción detallada. Elaborada por ChatGPT con DALL•E, utilizando OpenAI como fuente.

La sociedad humana y su organización son estudiadas por ciencias como la antropología o la arqueología. Esta última puede que te suene menos evidente, pero ciertamente ha de trabajar con detalles diminutos que representan parte de la historia que podemos hallar escrita en los vestigios de la actividad humana. Nuestro trabajo es mirar al pasado para reconstruir la historia y aprender de ella. Sin embargo, estos vestigios no son solo objetos del pasado, sino también claves que abren puertas al entendimiento de nuestra identidad, de lo que somos y de lo que nos distingue de otras especies. El ser humano necesita varios atributos para existir, pero la principal cualidad del ser humano es su capacidad de adaptarse y de superar situaciones adversas, es decir, la resiliencia. A lo largo de la historia, hemos sido capaces de enfrentarnos a cambios climáticos, desastres naturales, y transformaciones sociales. Para aprender sobre la coevolución del ser humano, debemos entender su relación ancestral con la flora y la fauna que ha constituido el entorno de forma paralela para las distintas ramas de la especie humana. Esta relación no fue pasiva; fue una interacción dinámica que modeló tanto a los seres humanos como a los ecosistemas. Hubo un momento en el que el hombre se paró a pensar y llegó a la pregunta que nos ha atormentado desde entonces: ¿de dónde venimos? Esta cuestión nos ha impulsado a la búsqueda de respuestas que han atravesado siglos de desarrollo intelectual. Ante esta incertidumbre, el ser humano enseguida sucumbió a las explicaciones de tipo mitológicas. El hombre creó deidades a su imagen y semejanza para explicar la creación de su universo. Estas explicaciones ofrecían consuelo y orden en un mundo que aún no entendíamos completamente. Lo cierto es que lo que nos convirtió en lo que somos es algo llamado evolucionismo. Charles Darwin encabeza esta teoría fuertemente aceptada en la zona occidental de nuestro planeta. Según el evolucionismo, la especie humana no habría sido creada por ningún dios, sino que es fruto de un proceso evolutivo que, a través de la selección natural, se ha ido dando durante miles de años. Este proceso, que ha dado lugar a una diversidad impresionante de formas de vida, sigue siendo una piedra angular del entendimiento científico sobre la vida en la Tierra. La filogenia pretende, a través de un sistema de interpretación, enseñarnos el origen de las especies a través del análisis de ADN, que revela relaciones genéticas entre especies y nos proporciona una visión de la relación de lejanía o cercanía entre distintos grupos de seres vivos, como es visible en nuestra relación ancestral con los monos. Es importante destacar que no descendemos directamente de los monos, como algunos inexpertos afirman, sino que compartimos un ancestro común con ellos. Esta idea es fundamental para comprender la evolución como un proceso ramificado, no lineal. La humanidad se clasifica en Primeros homínidos, Australopithecus y Humanos, clasificación que hemos respetado desde hace más de cincuenta años, pero no es definitiva, evidentemente. La clasificación de especies es dinámica y cambia a medida que los descubrimientos y los estudios científicos nos permiten afinar nuestro entendimiento sobre nuestro origen. Todo el proceso gradual de evolución se resume en un marco temporal donde todo cambia. Desde la extinción de los dinosaurios, por ejemplo, ha habido un aumento del frío en algunas partes del planeta. Con el clima cálido había más árboles, fruta, alimentos, etc., en casi todas partes y en todas las épocas. Pero el cambio hacia un clima más gélido provocó que hubiera menos árboles o contribuyó a distribuir su floración en distintas épocas del año, lo que transformó los ecosistemas y, por ende, a las especies que los habitaban. Se considera como primeros homínidos una serie de especies, entre las cuales se destaca el Ardipithecus ramidus, considerado el primer Australopithecus, que vivió en África durante el Mioceno. Este primer homínido pasó por un proceso evolutivo que lo llevó a convertirse en lo que somos ahora. La razón por la que vivió prolíficamente durante el Mioceno es que la temperatura aumentó, generando la aparición de paisajes nuevos, tales como la sabana africana.

Debido a que aumentó la aridez de la tierra y los bosques comenzaron a desaparecer, los primates tuvieron que bajar de los árboles para buscar comida y refugio. Aquellos que evolucionaron hacia el bipedismo sobrevivieron con mayor facilidad, pues gastaban menos energía al ir por tierra y utilizaban sus manos para transportar cosas. Esta adaptación a la tierra firme fue clave en nuestra evolución, ya que liberó las manos para otras actividades como la fabricación de herramientas, un rasgo que nos distingue de otros primates. Pero, en fin, ¿qué nos convierte en humanos? ¿Qué nos hace tan especiales? Una de las características que más nos distingue es el desarrollo de nuestra infancia. En comparación con la duración de la infancia de otros primates, como los chimpancés, la infancia del humano dura casi el doble. Este crecimiento excepcionalmente lento se debe probablemente al alto costo metabólico que exige el desarrollo cerebral. El cuerpo no puede crecer más rápido durante la infancia porque requiere una mayor cantidad de recursos para alimentar el cerebro en desarrollo. El ser humano es altricial, lo que quiere decir que los bebés humanos son desvalidos y requieren de mucho tiempo para desarrollarse, dependiendo completamente de los cuidados de sus padres. Este rasgo, aunque parece una desventaja, es en realidad una ventaja evolutiva, ya que permite un cerebro más grande y más complejo, capaz de desarrollar habilidades cognitivas avanzadas. Según el dilema obstétrico, este fenómeno podría estar relacionado con el bipedismo, otra característica humana. El bipedismo supondría un estrechamiento en el canal pélvico y de ahí los límites en el tamaño de la cabeza de un recién nacido. Sin embargo, otra posible explicación estaría relacionada con el metabolismo. Como mencioné anteriormente, el desarrollo cerebral exige mayores recursos energéticos, lo que condiciona tanto el desarrollo físico como el embarazo y la duración de la gestación. De hecho, el tamaño del cerebro es crucial para nuestra supervivencia. El cerebro humano es tres veces más grande que el de los chimpancés y los bonobos, aunque es realmente parecido en estructura. Esto podría significar que es ahí donde reside el secreto de nuestra inteligencia superior. Otra cuestión física que diferencia al humano de los otros primates es la carencia de pelo. La explicación más clara para justificar nuestra pérdida de pelo a lo largo de la evolución sería, en parte, el hecho de que comenzamos a vestirnos y abrigarnos. La ventaja evolutiva que esto supone fue, sin duda, la protección contra parásitos que antes anidaban en nuestros cuerpos, lo que resultó en individuos más saludables y resistentes. Pasando a otros aspectos, también es cierto que compartimos la curiosidad con otras especies, que se encuentran siempre a la expectación de la novedad. Pero lo que realmente nos distingue es nuestra implacable voluntad de buscar explicarlo todo. De hecho, el ser humano se ha dedicado a buscar justificaciones para aquellas cuestiones que le atañen y le inquietan más, como su origen y su lugar en el universo. La ciencia, nacida de la sed de conocimiento, es uno de los legados más importantes que hemos creado. Surgió a partir de competencias y habilidades desarrolladas en distintas partes del mundo y se conforma siempre por numerosas disciplinas, todas completamente válidas. La ciencia no es solo la búsqueda del conocimiento para sistematizarlo. La ciencia nace de la voluntad enteramente humana de ir más allá: somos los únicos primates que han mirado al cielo nocturno y han deseado alcanzar las estrellas. La ciencia antes de ser un conjunto de conocimientos comprobables para facilitar la investigación es la voluntad más auténtica de llegar aún más lejos, de seguir avanzando, de reconstruir nuestro pasado y comenzar a vislumbrar nuestro futuro. Los humanos pueden jactarse de ser los únicos sobre el planeta que reflexionan sobre el universo y que tienen la loable voluntad de llegar a comprenderlo. Ningún otro animal cuenta con nuestro potencial tecnológico, de pensamiento y de comunicación. Es evidente que la ética y la moral son atributos enteramente humanos e incluso es probable que éstos sean caprichos de nuestro intelecto. Son el resultado de un convencionalismo reciente, es decir: ¿existe acaso otro animal que haya construido cultural y socialmente tales convencionalismos y que se exija a sí mismo determinados comportamientos sociales? Podría decirse que todo comportamiento derivado de la complejidad de nuestra sociedad (de nuestra civilización) es ya de por sí un capricho de nuestro intelecto.

Hablo de aquello que nos permite razonar, entender, sintetizar, comprender e interpretar la realidad. La inteligencia es aquello que ha sembrado en nosotros el deseo de alentar el crecimiento y maduración de estas costumbres y opiniones ahora generalizadas solo para cimentar nuestra convivencia. Hay muchísimos rasgos intelectuales en la actualidad que son inherentes a nuestra naturaleza, como el arte, la literatura, la filosofía y muchas otras disciplinas. Se puede decir casi con certeza que la transmisión de conocimiento que realiza el ser humano generación tras generación, añadiendo siempre algo a su legado, es su recurso más importante.